Como maestra en la escuela primaria, cada día me sumerjo en un mundo fascinante.
Hoy, en particular, fue un día excepcional con alumnos de primero, de seis años.
Estaban inmersos en una tarea que, a simple vista, parecía desafiante para la mayoría. Observé cómo, a pesar de sus esfuerzos, la atención comenzaba a flaquear.
La maestra, intentando explicar los siguientes pasos, encontraba cada vez más dificultades para captar su atención plena.
No era de extrañar, pues ya llevaban casi una hora en la misma actividad, y bien sabemos que a esa edad, la capacidad de concentración es limitada.
Observando esto, propuse a la maestra posponer la tarea para otro día, lo cual fue recibido con alivio y expectación.
Lo que siguió fue un instante mágico: apartamos mesas y sillas, transformando el aula, y con música de fondo, iniciamos "pases energéticos".
La iluminación de sus rostros con amplias sonrisas fue un espectáculo conmovedor para la vista y para mi corazón.
Durante doce minutos, los niños siguieron cada movimiento con una mezcla de entusiasmo y concentración que me conmovió profundamente.
Acto seguido los guie para que se sentaran en el suelo, descalzos.
Este simple acto de liberación física añadió un toque especial a nuestra jornada, fue un nuevo motivo de alegría.
Comenzamos con una serie de ejercicios de pie y luego en el suelo, permitiendo que cada niño expresara su energía a través del movimiento, algo vital para su bienestar y concentración.
Tras esta explosión de actividad, era esencial equilibrarla con un momento de calma. Por ello, seguimos con una relajación de cinco minutos, crucial para ellos.
Esta fase de tranquilidad no solo les ayudó a reencontrar su centro después de tanta actividad, sino que también nos permitió conectar, de una manera única, en un espacio compartido de quietud y descanso.
Al final, el sonido de sus risas y el murmullo de conversaciones infantiles llenaban el espacio, creando una atmósfera de alegría genuina.
Tras el desayuno, el patio nos esperaba para jugar al "pilla pilla". Me uní a ellos, corriendo y riendo, sintiéndome parte de su mundo sin preocupaciones.
La energía desbordante, las carcajadas y la diversión pura eran contagiosas.
Hoy me redescubrí a mí misma: libre y feliz, compartiendo carreras y carcajadas con ellos.
Fue, sin duda, lo mejor de mi día.
Este momento me recordó el poder rejuvenecedor de la alegría infantil y cómo, a veces, los mayores aprendizajes vienen de los más pequeños.
Un saludo
Pilar