Me gusta la definición que Taisha Abelar hace sobre la Recapitulación en su libro “Donde cruzan los Brujos”:
La recapitulación es el arte de revivir lo vivido.
Y consiste en la recuperación corporal de toda experiencia pasada.
Su práctica permite sanar las heridas, recuperando y redistribuyendo la propia energía.
En nuestras diferentes prácticas hablamos continuamente de redistribuir nuestra propia energía, de devolverla a los centros vitales, necesitamos de esta energía para ampliar nuestra conciencia y percepción. Para ello contamos con varias herramientas como los pases energéticos y la recapitulación.
La recapitulación es una de mis técnicas preferidas.
Se me hace algo “muy natural”recapitular.
En la newsletter de hoy te comparto una de mis recapitulaciones: una historia de mi juventud, que bien podría ser la de cualquier, mujer. Espero que este recuerdo memorable te inspire.
Antes de Menorca, me sentía como un barco a la deriva, un corazón joven, desgarrado por el desamor, perdido en un mar de tristeza y confusión. Aquella isla, un paraíso escondido en el Mediterráneo, se presentó ante mí no como un destino, sino como un bálsamo para el alma.
Llegué a Menorca con los ojos empañados por lágrimas recientes, incapaz de imaginar que aquella tierra sería el lienzo donde se pintaría mi renacimiento. Desde el primer momento, la isla me envolvió con su brisa salada y el aroma de los pinos, susurrando historias de tiempos antiguos y promesas de sanación.
Caminé por playas donde la arena cambiaba de tonos como si fueran emociones: marrones, blancas, todas bañadas por un mar de agua cristalina que reflejaba el cielo como un espejo. Los acantilados de Menorca se alzaban como guardianes de mis secretos, testigos mudos de mi transformación. Me sumergí en sus aguas transparentes, sintiendo cómo cada ola lavaba una parte de mi dolor, llevándose consigo fragmentos de aquel amor juvenil perdido.
En las calas escondidas, encontré paz. Calas Turqueta, Macarella, cada una un santuario de belleza natural, donde el sol acariciaba mi piel y el ritmo suave de las olas me arrullaba en una calma que hacía mucho no sentía. La naturaleza de Menorca, indómita y serena a la vez, me enseñó que hay belleza en el cambio, en el fluir de la vida.
Las noches en la isla eran un tapiz de estrellas, un recordatorio de lo pequeños que somos en el vasto universo. Bajo ese cielo inmenso, mi corazón empezó a sanar. Aprendí a respirar de nuevo, a reír, a permitirme soñar sin el peso del pasado.
Menorca me regaló momentos de reflexión, en los que, sentada en algún rincón solitario, frente al mar, comprendí que las heridas del corazón también pueden ser el comienzo de algo nuevo y hermoso. Me enseñó que la felicidad no es un estado permanente, sino momentos que se atesoran como perlas en el hilo de la vida.
Cuando partí de la isla, no era la misma persona que llegó con el corazón roto. Salí reforzada, con una felicidad que me acompañaría durante muchos meses. Menorca, con su belleza salvaje y su paisaje mediterráneo, no solo curó mi herida, sino que también me transformó. Me enseñó que, al igual que sus costas moldeadas por el tiempo y el mar, nosotros también podemos renacer de nuestras propias tempestades.
Te animo a recapitular con esta historia y este video:
Muchas gracias y hasta la próxima.
Pilar
Muchas Gracias Pilar.