Desde mi posición como maestra de primaria, tengo la oportunidad privilegiada de observar cómo se desarrollan los intereses y las habilidades de nuestros niños.
A menudo, tengo el corazón en un puño por aquellos estudiantes que parecen no querer aprender.
Puedo contar con los dedos de una mano los alumnos que he encontrado que no muestran interés en aprender a leer, un aspecto fundamental de la educación.
Sin embargo, una reciente interacción me hizo reflexionar sobre las maneras en que valoramos y percibimos el aprendizaje.
Hace poco me topé con la abuela de un exalumno, una señora de casi 80 años, una gran persona, una buena mujer en mayúsculas, que a su edad todavía cuida de los suyos y camina kilómetros para ir a comprar, al médico, al dentista… Me quito el sombrero. 🙏
Lo que yo desconocía de ella era que había sido una gran emprendedora, que había hecho una fortuna en el sector inmobiliario. Compró y vendió propiedades, pisos, casas, locales y terrenos, y logró un gran éxito.
Lo que me sorprendió es que esta mujer apenas había pisado una escuela y sabía leer solo de manera básica, prácticamente era analfabeta, según sus propias palabras.
Me contó que todo lo que sabía lo había aprendido de su padre y de su propia experiencia en la vida.
Este encuentro me hizo reflexionar profundamente.
Nosotras, como educadoras, madres, padres o miembros de una comunidad educativa, a menudo somos rápidas para juzgar, para etiquetar a un estudiante o incluso a un adulto basándonos en su nivel de habilidades académicas.
Sin embargo, ¿quién sabe hasta dónde puede llegar ese niño o niña que todavía está luchando con la lectura?
¿Quiénes somos nosotras para poner límites a su potencial en nuestros pensamientos?
Recuerdo en un libro de Castaneda, donde Don Juan explica la historia de un niño malcriado, y de cómo no le ayuda en nada que todo el mundo lo critique y hable mal de él.
Esto no quiere decir que debemos dejar de esforzarnos en ayudarles a aprender a leer y adquirir otras habilidades académicas vitales.
Sin embargo, debemos recordar que cada individuo tiene un camino único en la vida y puede alcanzar el éxito de muchas maneras diferentes.
Tal vez ese niño que parece reacio a aprender se está preparando para su propio viaje único de éxito y crecimiento.
Miremos a nuestros niños no solo por lo que pueden o no pueden hacer ahora, sino por lo que podrían llegar a ser.
No nos limitemos a lo que está en los libros o en las aulas, sino que reconozcamos el potencial ilimitado que cada niño lleva dentro.
Recordemos siempre que la verdadera educación va más allá de las paredes del aula y la letra impresa en los libros.
La educación debe ser un medio para que cada persona descubra su verdadero potencial y su capacidad para superar cualquier obstáculo en su camino hacia el éxito.
Pienso no solo en el éxito en términos de logros académicos o profesionales, sino también en términos de mantener una vitalidad constante y gozar de buena salud física y mental.
Aquí te dejo un dibujo hecho a mano por uno de mis alumnos extraordinarios.
¿Qué opinas?